Publicado originalmente en Efe Eme. Por Javier Escorzo.
El año 2014 nos dejó la excelente noticia del regreso de Elefantes, que quedó plasmada en “El rinoceronte”, un buen álbum de pop rock que, quizás, no llegaba a la altura de sus grandes obras de la década pasada. Porque publicar un disco no es lo mismo que regresar.
Regresar significa picar piedra en local de ensayo, compartir horas muertas de furgoneta y pruebas de sonido, emborracharse juntos con la euforia desmedida del escenario. Así se engrasa la maquinaria de las bandas de rock. Y después de un par de años de gira, ahora sí, se puede decir que los cuatro Elefantes han decidido volver. No traen la frente marchita, sino llena de amor y esperanza. Y nos presentan un disco espléndido que puede mirar a los ojos azules de sus mejores trabajos.
Eso se nota desde que suena la primera guitarra acústica de ‘Que todo el mundo sepa que te quiero’, que transmite una energía renovada y contagiosa. Luego la banda irrumpe perfectamente conjuntada. Y precisamente esta canción, que abre el álbum, ya incluye una seña de identidad del grupo: la emotividad desprovista de metáforas, la declaración de amor simple y descarnada. ‘Que todo el mundo sepa que te quiero’. En otros grupos podría resultar cursi, pero en Elefantes funciona.
El amor que profesan hacia la canción melódica les conduce hasta ‘Te quiero’, una versión de José Luis Perales, auténtico maestro del género. La comparten con Sidonie y Love of Lesbian. No debería sorprender; en sus conciertos, Love of lesbian suele incluir un fragmento de la celebérrima ‘Porque te vas’ al final de su ‘1999’. Y la vena romántica siempre estuvo muy presente en la música de Elefantes.
Otro de los grandes aciertos de este álbum es la recuperación del deje flamenco, presente en ‘Oigo tus pasos’. Ese parentesco con el rock andaluz siempre fue uno de los puntos fuertes de este grupo. En esta ocasión se muestran más solemnes que rumberos, más cerca de ‘La niña morena’ que de ‘Me falta el aliento’. En la línea de Triana, por la música, o incluso de El Último de la Fila, por la forma de cantar. No olvidemos que Quimi Portet coprodujo (junto a Phil Manzanera) “La forma de mover tus manos”.
Y hablando de productores de discos antiguos, ahí está ‘Duele’, a dúo con Enrique Bunbury, de cuya mano aparecieron ante el gran público con aquel deslumbrante álbum que era, y sigue siendo, ‘Azul’. Además de amistad, Elefantes comparte con Bunbury las maneras apasionadas y viscerales. También la afición por la canción latinoamericana, que les lleva a versionar ‘No me amenaces’, de José Alfredo Jiménez. Canción a la que, por cierto, ya lanzó un guiño Nacho Vegas en su ‘En lugar del amor’ (“El manifiesto desastre”, Limbo Starr, 2008).
Pero que nadie se engañe: el hecho de que en este disco haya conexiones con su pasado, no convierte este disco en un simple ejercicio de nostalgia. Al contrario, la banda suena más actual que nunca, en gran medida gracias a la vigorosa producción de Santos y Fluren. Temas como ‘Volvió la luz’ o ‘Creo en ti’ suenan rabiosamente contemporáneos.
“Nueve canciones de amor y una de esperanza” es, en definitiva, el disco que nos devuelve a los mejores Elefantes, aquellos que nos dijeron adiós hace ahora diez años. Dicen que los paquidermos tienen buena memoria, y éstos no han olvidado cómo crear canciones emocionantes. Y aunque no suela mencionarse, es de justicia alabar la hermosa ilustración de la portada, obra de David de las Heras. No se priven del placer de contemplarla en las nobles dimensiones de un vinilo.