Texto y fotos, por Javier Escorzo.
Publicado originalmente en Diario de Noticias.
FECHA: 29/12/2018
LUGAR: Zentral
INCIDENCIAS: Tercera jornada del festival Santas Pascuas. En torno a media entrada. Público muy joven.
UN ESCUPITAJO LLAMADO YUNG BEEF
Si Joaquín Sabina tuviese que reescribir las letras de sus canciones, ya no diría aquel célebre “ni sopor, no sopor, no soporto el rap”, sino “no sopor, no sopor, no soporto el trap”. Así se llama la nueva música que encandila a la juventud, todo un misterio para los que ya tenemos una edad, a quienes nos llega más el ruido de sus polémicas que las nueces de su música. En su tercera edición, el Festival Santas Pascuas ha abierto su abanico para dar cabida a este novedoso estilo, accediendo así a un perfil de público mucho más joven que el de sus visitantes habituales. Desde luego, lo de la juventud lo consiguieron; cuando accedimos a la sala vimos al personal de seguridad examinando con minuciosidad y detenimiento los carnés de identidad que les presentaban, no fuese a colarse algún menor. Y aunque todos tuviesen la edad requerida, lo cierto es que sorprendía la bisoñez de los asistentes, algunos de los cuales, posiblemente, estuviesen a punto de presenciar uno de los primeros conciertos de su vida.
Abrió la noche Moisés No Duerme y Los Noctámbulos, hasta ahora miembro de Raperos de Emaús, que el próximo viernes se despiden de los escenarios en el mismo escenario de la sala Zentral. Actualmente está presentando su último trabajo en solitario, y lo hace acompañado de un trío de metales que embelleció las bases de sus canciones y aportó calor a las mismas. Por su parte, Moisés estuvo de lo más acertado, tanto rapeando como moviéndose y conectando con el público, que ya era bastante numeroso cuando él actuó. Sus versos trataron temas diversos, aunque predominaron las denuncias sociales en canciones como ‘Atila’, ‘Falsos dioses’ o ‘La vuelta al tablero’ (esta última, recientemente estrenada en sus redes sociales). Triunfó y dejó muy buen sabor de boca.
Después le tocaba a Fernando Gómez Gálvez, conocido artísticamente como Yung Beef. He de reconocer que soy un absoluto profano en eso que llaman trap, dicho lo cual, la actuación del granadino me pareció, cuando menos, desconcertante. Se abrió el telón, pero no estaba el artista, sino solo el tipo que le ponía las bases, que comenzó a pinchar; media hora tardó en salir el trap star, y fue recibido con pasión desatada por el público. Llevaba un plumífero con la capucha puesta y unos pantalones atados más cerca de la rodilla que de la cintura, botellín de cerveza en una mano y cigarro en la otra. Cantaba (es un decir) sobre sus propias canciones, pero no las letras completas, sino frases sueltas, inconexas e ininteligibles, salvo alguna loa a la cocaína y su propio apodo, todo muy ególatra y muchas veces machista (“¿quién se ha follado a tu bitch? ¡Yung Beef!”). Deambulaba sobre el escenario de manera errática, acompañado por otros dos amigos que le seguían la corriente. Al grito de “¡Somos vampiros, loco!”, pidió que apagasen todas las luces, pues sólo quería que le iluminasen con las linternas de los móviles. Así se hizo. Mejor hubiese sido si además le hubiesen apagado el sonido del micro, pensaría más de uno. Pero no, el micrófono siguió funcionando para que él le diese su peculiar uso.
Con todo, la estampa era, no sé si trap, pero desde luego, pura y genuinamente punk, tanto por la arrogancia del artista como por el fervor de sus seguidores. Seguramente, el hecho de que a mí su actuación me pareciese deplorable será considerado por él como un absoluto éxito. Como todas las generaciones, los jóvenes quieren distinguirse, molestar, irritar a sus mayores. Sucedió con el rock’n’roll, con el punk, con el hip hop… Yung Beef no hace música para gustar a un tipo de cuarenta y dos años, sino para escupir a todo aquel que se acerque a los treinta.