Texto y fotos, por Javier Escorzo.
Publicado originalmente en Diario de Noticias.
FECHA: 27/12/2018
LUGAR: Zentral
INCIDENCIAS: Lleno absoluto, como también sucedió con sus otras dos citas en Pamplona (el 28 y el 30 de diciembre). Mezcla de público: mucha gente entre los treinta y cuarenta años, pero también gente más joven. Todos ellos disfrutaron por igual y se entregaron desde el primer hasta el último minuto.
KOMA, PUNTOS SUSPENSIVOS
En 2012, Brigi Duque, Rafa Redín, Juan Karlos Aizpún y Nacho Zabala decidieron poner punto y final a la trayectoria de Koma. Atrás quedaban casi veinte años de música, ocho discos y centenares de conciertos. Quién les iba a decir que, como El Cid, su grupo también ganaría sus mayores batallas después de muerto. En estos seis años de inactividad, el legado de Koma ha ido ganando relevancia y adepto, pero ni siquiera los más optimistas podían haber siquiera soñado con que la gira de reunión funcionase de la menea en que lo está haciendo. En Pamplona, su casa, se presentan tres veces en la sala Zentral con todas las entradas vendidas desde varios meses atrás. Y lo mismo ha sucedido en otras ciudades importantes como Madrid o Bilbao. Queda claro, por tanto, que el público ansiaba su regreso, algo que se vuelve a poner de manifiesto en cada concierto, donde las salas se convierten en auténticas ollas a presión; así sucedió en Pamplona, donde pudimos ver, escuchar, palpar y sudar la primera de sus tres actuaciones.
El arranque no pudo ser más impactante: un fragmento de la ‘Marcha Radetzky’, de Johann Strauss, sonó por los altavoces de la Zentral hasta que se vieron abruptamente interrumpidos por unos ruidos inquietantes, como los que produciría una bestia a punto de despertarse, hambrienta y furiosa. Y así salieron los miembros de Koma, dispuestos a arrasar desde el primer momento, cosa que lograron con ‘Los niños de Lapos Guerra’, ‘Tío Sam’, ‘Jack Queen’ y ‘Pato’. Concentrados como estaban en su tarea, tuvieron que pasar seis canciones sin apenas pausa entre ellas hasta que Brigi saludó con un breve “Buenas noches, un gustazo”. Después de avasallar con ‘Jipis’ y ‘Protestantes’ se explayó algo más, explicando que tenían muchas ganas de volver porque el gusanillo del rock’n’roll no desaparece nunca. Tampoco había desaparecido el de su público, que saltaba y agitaba melenas (quienes las conservaban). En una avalancha de las primeras filas, alguien movió los monitores y el micro de Brigi, que le dio en la cara mientras seguía cantando con cara de circunstancias. Otra pequeña incidencia tuvo lugar cuando el escenario se quedó sin luces durante unos instantes mientras la banda tocaba ‘Catador de vinagre’.
Anécdotas al margen, el concierto discurrió por buen cauce, con entrega absoluta encima del escenario y delirio entre el público. El único parón llegó con ‘Deprimido singular’ y ‘Buitres (a su alrededor)’, interpretadas ambas en acústico. Con la guitarra casi reggae de ‘Me vacío’ volvió la electricidad, pero no la velocidad endiablada; esta regresó, y de qué forma, con ‘Caer’. Y hablando de caer, las revoluciones ya no decayeron hasta el final. ‘El pobre’ e ‘Imagínatelos cagando’ fueron pasto de pogos, mientras que ‘El sonajero’ incluyó sección de metales y en los bises hubo hasta txalaparta. Enorme concierto: el grupo sonó como una apisonadora y demostró que tiene futuro. No hay punto final, sino puntos suspensivos.