Por Javier Escorzo.
Tras asistir a un concierto de El Drogas, a uno se le queda una sensación similar a la de haber sido atropellado por un apisonadora. Y es que todo en esta banda es de gran tonelaje: desde el peso histórico de su vocalista hasta la pericia instrumental de sus músicos, pasando, cómo no, por el aplastante repertorio y por la duración de las actuaciones, que ronda las cuatro horas. Pero empecemos por el principio.
A las ocho de la tarde estaba anunciada la apertura de puertas de la recién estrenada sala Zentral de Pamplona. Y justo en ese momento, a modo de bienvenida, salían al escenario Ángel Casto y los Honestos, una banda de rock cristiano cuyos miembros guardaban un enorme y sorprendente parecido físico con los de la banda de El Drogas. Evidentemente, pura casualidad, porque sus propuestas no tienen nada que ver, ni musical ni estéticamente hablando. Incluso podría decirse que son antagónicas. Flequillos, pantalones de pinzas y chalecos con cuello de pico para entonar hermosas tonadas de décadas pasadas (como “Anduriña” de Juan y Junior o “Help (ayúdame)”, popularizada por Tony Ronald). Una actuación amable, con evidente carga irónica (aunque, ironías aparte, el repertorio estuvo formado por excelentes canciones), con el que demostraron a la banda del Drogas que el rock’n’roll no tiene por qué ser algo estridente, ni provocador, ni subversivo.
Pero parece que ni Enrique Villarreal ni los suyos aprendieron la lección, y tras las angelicales melodías de Ángel Casto y los Honestos llegó el ruido endemoniado de El Drogas. Con la sala llena a rebosar (las entradas se habían agotado una semana antes), y tras un breve descanso para cambiar los instrumentos, el cuarteto salió a escena dispuesto a ofrecer tres horas largas de entregada actuación. Tres horas, sí, tres horas de volumen y electricidad. Tres horas que sintetizaron tres décadas de historia y magisterio del rock: himnos de Barricada (“Barrio conflictivo”, “No hay tregua”, “En blanco y negro”…), rescates de La venganza de la abuela (“Fue 24 D ¿Y qué?”) y, sobre todo, temas de los dos discos de Txarrena y de su último disco (“Demasiado tonto en la corteza”, un álbum triple e imprescindible, el primero firmado como El Drogas).
Desde luego, en este caso no pudo aplicarse el dicho de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Por el carisma derrochado por El Drogas, por la enorme calidad de su banda y por el repertorio que manejan, el concierto hubiese sido soberbio aunque hubiese durado la mitad. Pero el hecho de que fuese tan largo le añadió un plus (casi podríamos decir que) de heroicidad. Ver que, tras dos horas y media de concierto, los músicos estaban agotados sobre el escenario, pero volvían a la carga una y otra vez con toda su pasión fue una experiencia digna de ser vivida; porque esa mezcla de cansancio y entrega también se dio en el público. Como un combate de boxeo eterno, con canciones en vez de golpes, que todos ganamos por KO.
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