Fotos y crónica, por Javier Escorzo.
Publicado originalmente en Diario de Noticias.
CONCIERTO DE AMAIA ROMERO
FECHA: 04/10/2018
LUGAR: Teatro Gayarre
INCIDENCIAS: Lleno absoluto en el primero de los dos conciertos que Amaia ofrecía en el Teatro Gayarre. La artista navarra cantó y tocó el piano, la guitarra y el ukelele. Estuvo acompañada por The Free Falling Band, banda catalana compuesta por Jan Bosch (Guitarra, Voz), Xavier Arminyana (Metales, Teclados, Coros), Marc Salicrú (Percusión), Raul Juan (Guitarra), Ivan Nalvaiz Martí (Bajo), Marc Rodríguez (Teclados, Voces).
PRIMEROS VUELOS DE AMAIA
Lo admito: nunca he visto ni un solo minuto de ninguna edición de Operación Triunfo. Los primeros años fue por desinterés; nunca lo consideré un programa musical, sino un concurso con tintes de reality, y no me interesaba el formato ni el tipo de artista que allí se cultivaba. Sin embargo, podía medir el volumen de su éxito, ya que, a pesar de no verlo jamás, acababa conociendo a muchos concursantes. Posteriormente, su tirón fue decreciendo, hasta el punto de que hace unos años no hubiese sabido decir si el programa se seguía emitiendo o si había desaparecido de la parrilla. Hasta el año pasado, en el que el nombre de Amaia volvió a colarse en todas las conversaciones, incluso en las de los pocos que no veíamos el mentado concurso. Amigos de cuyo gusto musical me fío plenamente hablaban maravillas de ella, de su voz y su espontaneidad, de su carisma y su capacidad de transmitir. Incluso de sus influencias musicales: según me contaban, hizo versiones de bandas poco conocidas y admiradas por mí como Los Fresones Rebeldes o Él Mató a Un Policía Motorizado. Tal fue su insistencia (y la ola de halagos que en torno a ella se desató) que decidí ver alguna emisión, cosa que finalmente no hice (esta vez no por desinterés, sino por falta de tiempo). Así, el jueves me planté en el Teatro Gayarre con toda la curiosidad del mundo y muchas ganas de extraer mis propias conclusiones sobre la artista más popular del momento. Quise hacerlo, no sé si lo logré, con los ojos y los oídos limpios de prejuicios, olvidando a quienes echan pestes sobre el programa y también a los que hablan de Amaia como si fuese una divinidad.
El público, tremendamente heterogéneo en edad y estética, había agotado las entradas de los dos conciertos (jueves y viernes) en cuestión de minutos y se deshizo en aplausos en cuanto Amaia salió al escenario y se sentó al piano. Tocó con sensibilidad y cantó con delicadeza, entre otras, ‘Alfonsina y el mar’ y la flamenca ‘Zorongo gitano’. Después salió la banda, The Free Fall Band, que la arropó perfectamente durante todo el concierto. Desplegaron un repertorio ecléctico, valiente y mayoritariamente indie: ‘She’s leaving home’, uno de los temas menos conocidos de The Beatles, una animada versión de ‘Felices los cuatro’, de Maluma, o una irreconocible ‘The House of The Rising Sun’. Como suele suceder, lo mejor llegó al final, con una extraordinaria adaptación al castellano de Antonia Font, en la que pasaron del susurro al grito, del alarido al falsete y del minimalismo al estruendo. Después, ‘Reflektor’, de Arcade Fire, la emocionante ‘Miedo’, a piano y voz, y ‘Porque te vas’, con la que se despidieron.
Por poner algún pero, que también los hubo: la duración fue demasiado escasa, apenas una hora y cuarto. Amaia cantó como los ángeles, pero, fuese por nerviosismo o por concentración, apenas se dirigió al público en un par de ocasiones (la primera, para saludar, y la segunda, para despedirse). En medio, ni una sola frase. Cuando abandonaron el escenario no volvieron a salir para los consabidos bises (aunque avisaron de que la última iba de propina). Faltó, en definitiva, conexión. Conste también que nada de esto impidió que el público, rendido de antemano, disfrutase en éxtasis de la actuación. Pero no dramaticemos: estamos asistiendo a los primeros pasos de una artista prometedora, que además es de la tierra. Acompañémosla con respeto y cariño, pero no maximicemos hasta la náusea sus indudables virtudes ni hagamos sangre con los errores que, a buen seguro, cometerá. No lastremos sus alas con halagos desmedidos ni expectativas exageradas. Dejémosle aire. Conforme más libre se sienta, más hermoso será su vuelo.