Publicado originalmente en Efe Eme. Por Javier Escorzo.
La fiesta de los ochenta duró hasta bien entrados los noventa. Después, inevitablemente, llegó la resaca. “Mi compañía lo dejó muy claro: aquí se terminó el contrato”, resumía Loquillo, tan gráficamente como en él es habitual, en la letra de ‘Vencidos’ (“Tiempos asesinos”, Hispavox, 1996). En realidad no era solo la música; toda España estaba sumida en una severa crisis, endeudada hasta las cejas tras las Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla. Pero la situación fue especialmente cruel con muchos de los grandes grupos de los ochenta, que de la noche a la mañana pasaron de la sobreexposición mediática y el esplendor más absoluto a tener serias dificultades para subsistir.
En el caso de Mikel Erentxun, los primeros síntomas de que algo estaba cambiando llegaron en 1995, cuando publicó su segundo trabajo en solitario. Hasta ese momento, toda su carrera había estado marcada por el éxito fulgurante, tanto en Duncan Dhu como en su debut en solitario (“Naufragios”, GASA, 1992). “El abrazo del erizo” se grabó con mucho poderío: elevado presupuesto y deslumbrante elenco de músicos entre los que figuraba, atención, Marc Ribot y Robert Quine, el legendario guitarrista de Lou Reed. En aquel disco Mikel ofrecía un sonido bastante más duro que en trabajos anteriores, a la vez que abrazaba sin remilgos las tendencias que llegaban desde el Reino Unido. Era la época del brit pop y el donostiarra reivindicaba en las entrevistas a bandas como Oasis, Blur, Elastica, Supegrass y, dentro de nuestras fronteras, El Inquilino Comunista, Australian Blonde o La Buena Vida. Sin embargo, el público no aceptó este viraje y, aunque el álbum funcionó bien (superó con creces el Disco de Oro con más de ochenta mil copias vendidas, algo que hoy parece ciencia ficción), se quedó muy lejos de las cifras que había manejado hasta esa fecha. Surgía por tanto la incógnita de cómo afrontaría su siguiente trabajo: podía volver hacia coordenadas sonoras más reconocibles para intentar recuperar al público que había perdido con “El abrazo del erizo”, o podía perseverar en su apuesta. Fiel a su naturaleza curiosa, eligió la segunda opción. Y no solo siguió con el estilo de su anterior elepé, sino que lo llevó aun más lejos.
“Acróbatas” fue un trabajo muy meditado. Para componerlo, Mikel dejó de girar durante varios meses, nada habitual en un músico como él, que se confiesa adicto a los escenarios. En la calma familiar, el donostiarra reunió una ingente cantidad de canciones. Tenías tantas que llegó a pensar en grabar un disco doble. Incluso tenía decidido el título: “Pop”. Le gustaba porque, con ese término, abarcaba la gran variedad estilística que comprendía el álbum. Sin embargo, poco después U2 publicó un álbum con ese mismo nombre, razón por la que lo desechó y buscó otro. En los primeros meses de 1997 Mikel viajó a los estudios Du Manoir, situados en las Landas francesas, para dar forma a las ideas que tenía en su cabeza. Allí Duncan Dhu había grabado “Supernova” seis años atrás. Y tenía las ideas tan claras que decidió encargarse de la producción. Después se fue a los Air Studios de Londres, donde, para hacernos una idea del nivel, acababa de grabar Oasis. Recuerda haberse sentado en un sofá lleno de quemaduras de cigarro. Al parecer, los hermanos Gallagher acostumbraban a apagar en él sus pitillos.
En el nuevo trabajo, cuyo título definitivo sería “Acróbatas”, había cuatro tipos de canciones: por un lado estaban las de sonido más duro, que seguían el camino emprendido en “El abrazo del erizo”, como ‘Puedo dormir de un tirón más de una vida’ o ‘Carrusel’. Temas rápidos, llenos de guitarras que sonaban desbocadas, furiosas. Por otro lado, había varios cortes en los que la orquesta jugaba un papel determinante, como ‘A pleno sol’ o ‘Todo es igual siempre’ (adaptación del ‘Everyday is like Sunday’ de Morrissey). En tercer lugar estaban las canciones con arreglos electrónicos, como ‘Cádiz’, ‘En mis brazos’, ‘Interludio’ o, muy especialmente, ‘En el trampolín’, que en la maqueta solo incluía piano y voz, pero que mutó en el estudio hasta llenarse de loops y programaciones. No en vano en la grabación participaron Henry Olsen (Primal Scream) y Steve Sidelnyk (Primal Scream, Portishead, Massive Attack…). Por último, había una serie de canciones de carácter más clásico, como ‘De par en par’ o ‘Lo peor de mí’.
A pesar de la variedad estilística, había dos rasgos comunes que daban unidad al disco: la elevada calidad compositiva y la excelencia de la producción. Porque “Acróbatas” estaba lleno de singles y todos sus cortes podían presumir de un sonido extraordinario. Sirva como ejemplo el que fue primer adelanto del álbum, ‘¿Quién se acuerda de ti?’. Cuando Mikel grabó la maqueta de esa canción corrió a enseñársela a su manager de toda la vida, Iñigo Argomániz. La escucharon en el coche e Iñigo todavía recuerda cómo le impresionó. Se le puso la carne de gallina, y asegura que esta frase es literal. Después, en el estudio, la canción creció más todavía; con esa misteriosa intro del comienzo, que precede a una guitarra acústica cristalina sobre la que canta una hermosísima letra de Jesús Mari Cormán (pintor y poeta donostiarra que escribió muchas letras de su carrera en solitario). Posteriormente entraba el hammond de Joserra Senperena, justo antes de que irrumpiese la batería, con toda su potencia, dando paso a una gloriosa sección de cuerda y unas guitarras deudoras del brit pop. Si tenemos en cuenta todos los elementos que la conforman (música, interpretación, letra, instrumentación, producción, sonido…), ‘¿Quién se acuerda de ti?’ es, sin duda, una de las mejores canciones de toda la carrera de Mikel Erentxun.
No era el único hit. Ahí estaba también ‘A pleno sol’, que abría brillantemente el disco con un estribillo demoledor y que, a la postre, terminó siendo el segundo single, con un videoclip rodado en la playa y en el que se veía a Erentxun practicando surf. O ‘Todo es igual siempre’, que como ya se ha dicho, era una muy conseguida adaptación de Morrissey. Recordemos que en “Naufragios”, su arranque en solitario, ya había incluido una versión de The Smiths (‘Esta luz nunca se apagará’). ‘Tu nombre en los labios’ contaba con la colaboración de Rafa Berrio en la letra. El disco se cerraba con ‘Acróbatas’, una canción que empezaba electrónica para desembocar en el brit pop y que constituía una de las cimas más altas del álbum.
Hubo un tema que, aun estando ya grabado y siendo uno de los más logrados de toda la colección, se quedó fuera de la selección final. Se trata de ‘Canción para dos’, y tuvo una historia curiosa. Cuando “Acróbatas” ya estaba terminado, Mikel recibió la llamada de Enrique Iglesias, que le pidió una canción para su próximo disco. El donostiarra, sorprendido, le cedió ‘Canción para dos’ y renunció a incluirla en su propio elepé. Finalmente, el hijo de Julio no la grabó y ‘Canción para dos’ se quedó durmiendo el sueño de los justos (pudo ver la luz en el single de “A pleno sol” y, posteriormente, en un disco de rarezas). Una pena, porque por calidad hubiese merecido mucha mejor suerte.
A pesar de todo, “Acróbatas” no logró superar las ventas de “El abrazo del erizo”, y Mikel Erentxun se instaló en un lugar del que ya no ha podido salir: demasiado indie para el mainstream, demasiado mainstream para el indie. Una tierra de nadie en la que ha facturado sus mejores trabajos, aunque, paradójicamente, estos han tenido menor repercusión. Una buena metáfora del distanciamiento entre el mensaje que el donostiarra quería transmitir y lo que la gente realmente recibía puede ser la portada de este disco. En ella aparece Mikel cabizbajo y ensimismado, con las manos por dentro de la camiseta, dejando al descubierto parte de sus abdominales. La eligió porque le parecía que evocaba recogimiento y porque le recordaba a las cubiertas de New Order y The Smiths. Sin embargo, muchos le acusaron de querer parecer un sex symbol con ella.
“Acróbatas” fue el final de un camino, la culminación de un aprendizaje. El último disco “británico” de Mikel Erentxun, que inmediatamente después volvió a sus orígenes, mucho más cercanos al rock and roll, al folk, al country y, en general, a la música de raíz americana. Pero hoy, casi veinte años después de su publicación, sigue siendo lo que siempre fue: un gran disco. Prueba de ello es que muchas de sus canciones aún permanecen en los repertorios de los conciertos. Y todavía suena actual, algo difícil de conseguir para un disco que pretendió ser contemporáneo de una época que hace mucho que terminó. Pero los buenos discos no son los que envejecen bien, sino los que no envejecen jamás.
Si quieres acceder a más contenidos sobre Mikel Erentxun, utiliza el buscador.