Publicado originalmente en Mondo Sonoro.
Tras la exitosa jornada inaugural, celebrada a principios de diciembre con la participación de Trepàt, Hidrogenesse y León Benavente, llegó el grueso del Festival Santas Pascuas. Las citas tuvieron lugar, como bien indica el nombre del ciclo, durante la semana de Pascua. El arranque se produjo el mismísimo día 25, todavía con los últimos trozos de turrón descendiendo por el esófago. Sin embargo, ni el empacho ni la resaca fueron excusa para que el Zentral volviese a abarrotarse. Las tres bandas que formaban el cartel así lo exigían.
En primer lugar pudimos asistir al regreso a los escenarios del exquisito dúo Souvenir. Por los mentiremos de Pamplona se comenta que Jaime y Patricia están trabajando en nuevo material, pero lo cierto es que llevaban tres largos años sin tocar en directo. En este tiempo no han perdido su buena forma ni su capacidad de hacer bailar al público. Nadie pudo resistirse al encanto de canciones como ‘Arrête-toi’, ’Les surfeurs’ o ‘Funnel of love’. También dieron rienda suelta a la tristeza en ‘Sinking stone’, que dedicaron a su amigo Roberto C. Meyer, fallecido el pasado verano y con quien tantas veces compartieron escenarios. Tras ese paréntesis, el tono festivo volvió a dominar el repertorio, con temas como ‘Allo allo’, ‘Dance it away’ o ‘No es el final’.
Después de Souvenir le llegó el turno a Bigott, que está presentando su flamante “My friends are dead”. El zaragozano es una de las figuras más peculiares del pop nacional. Su fama le precede y con su extravagante manera de presentarse en sociedad consigue captar la atención del público. Algo tendrán que ver en eso sus canciones, claro. En Pamplona se presentó con una formación de dos guitarras, bajo y batería. Clásicos como ‘She is my man’ convivieron a la perfección con temas más recientes, como ‘Happy flan’, ‘Apple girl’ o ‘Hang’, pertenecientes todas ellas a su último trabajo. Bigott cerró su actuación con el clásico ‘Puopée de aire, poupée de son’, canción con la que France Gall ganó el festival de Eurovision en 1965 y que fue unánimemente bailada.
El fin de fiesta corrió a cargo de Atom Rhumba. La formación reaparecía en directo y estuvo a la altura de su leyenda, ofreciendo un concierto incendiario. Su poderío instrumental es incontestable, con las guitarras salvajes de Joseba Irazoki y Rober, el bajo asilvestrado de Iñigo Cabezafuego y la siempre potente batería de Félix Buff. Una maquinaria precisa que puso el Zentral patas arriba con canciones como ‘Cynic skin’, ‘Body clock’ o ‘The secret tongue dance society’.
La segunda jornada tuvo lugar el lunes 26. Se trataba de dos propuestas más intimistas que requerían un espacio más recogido que una sala de conciertos, por lo que la sala de cámara del Auditorio Baluarte parecía la opción más adecuada. Sentado en cómodas butacas y con una acústica inmejorable, el público pudo disfrutar de Anari. La guipuzcoana presentaba su EP “Epilogo bat”, continuación de su anterior álbum publicado en 2015, “Zure aurrekari penalak”. Por buscar referentes cercanos, podríamos situar a Anari en parámetros similares a los utilizados por Nacho Vegas o Quique González, aunque, evidentemente, su voz y el hecho de cantar en euskera marcan indeleblemente su música. A pesar de tener un estilo bien definido, en sus canciones encontramos diferentes registros: a veces más folk (como en la intro inicial), a veces más ruidosa (‘Parentesien aretak’), a veces más acelerada (‘Autodefinitua’) y a veces más sosegada (como en ‘Ametsen erasi neurtua’, que interpretó sin su banda, sola con su guitarra).
Christina Rosenvinge, que actuaba después, confesó haberse quedado extasiada con el concierto de Anari. Podrían encontrarse nexos de unión entre los estilos de estas dos artistas, aunque con su último álbum (“Lo nuestro”), la hispano danesa se ha alejado de esas melancólicas sendas, acercándose a paisajes más fríos y desérticos. Acompañada por una fantástica banda en la que destacó el guitarrista, Emilio Sáiz, hizo un repaso de sus cuatro últimos trabajos: ‘Tok Tok’ de “Continental 62”, ‘La distancia adecuada’ o ‘Eclipse’ de “Tu labio superior”, ‘Mi vida bajo el agua’ de “La joven Dolores” (de este trabajo también sonó una muy cambiada versión de ‘Canción del Eco’, más barroca que la original, a la que no llegó a igualar). Y lógicamente, varios temas de “Lo nuestro”, como ‘Romeo y los demás’, ‘Alguien tendrá la culpa’, ‘Lo que te falta’ o ‘La muy puta’. Es una pena que Christina destierre sistemáticamente de sus repertorios las canciones de sus trabajos intermedios (“Mi pequeño animal”, “Cerrado”, “Flores raras”, “Frozen pool” y “Foreign land” contenían auténticas joyas), aunque al menos esta vez interpretó dos temas de su primer álbum en solitario (“Que me parta un rayo”): ‘Tú por mí’ y ‘Mil pedazos’, con los que cerró su actuación. Y es que toda la carrera de Christina Rosenvinge es reivindicable. Y como diría su amigo Nacho Vegas, cuando digo toda es toda.
El miércoles 28 llegó la última jornada del festival, nuevamente en la sala de cámara del Baluarte. Abrió la velada Maika Makovski acompañada de una formación atípica: trompa, violín, chelo y batería (a la que se unió su voz y su guitarra acústica). Los pies descalzos con los que Maika salió a actuar fueron el presagio de la naturalidad con la que discurrió la noche. Fue una auténtica exquisitez poder saborear el repertorio de Maika con semejante acompañamiento, y una delicia presenciar la simpatía con la que se dirige al público (ataques de risa incluidos). Sería difícil destacar un solo momento, pero por su intensidad, quizás ese fuese la interpretación de ‘Makedonija’, la canción que relata el viaje que Maika tuvo que hacer hacia la tierra de la que procede parte de su familia, y la sacudida emocional que dicho viaje provocó en ella.
El honor de cerrar el festival recayó sobre Micah P. Hinson. Salió con bastón y su guitarra, todavía en la funda, colgada de su espalda. Ante la mirada divertida del público colocó sus abalorios en el suelo, sacó la guitarra y la afinó, mientras aprovechaba para presentarse y decía que prefería hacerlo así, porque no le gustaban los conciertos demasiado profesionales. El cantautor estadounidense, que se presentó sin banda sobre el escenario, ha sido frecuentemente comparado con artistas de la talla de Leonard Cohen o Bob Dylan (a quien, por cierto, mencionó un par de veces en sus comentarios); y algo de esa grandeza deben tener sus canciones para captar la atención de un auditorio lleno hasta la bandera, siendo sostenidas únicamente por una guitarra acústica y una voz leve. En Pamplona estuvo certero y logró conmover y emocionar con temas como ‘Seven horses seen’, ‘The day the volume won’ o ‘Sweetness’.
Haciendo balance, esta primera edición del Festival Santas Pascuas se cierra con un rotundo éxito. Muchas bandas, diferentes propuestas y una gran variedad estilística han sido las notas predominantes de su bautismo. El público, que hizo colgar el cartel de “Entradas agotadas” en tres de las cuatro citas (a Anari y a Christina les faltó poco para lograrlo), disfrutó de lo lindo, confirmando que en Pamplona, además del Tres Sesenta, que ya lleva años consolidado en junio, hay espacio para un segundo festival en los meses de invierno. Todo un acierto por parte de la organización, que ha sabido ver el hueco y cubrirlo con eficacia.