Texto y fotos, por Javier Escorzo.
Andrés Calamaro siempre ha sido un adicto al riesgo. Así lo demostró a mediados de los 90, cuando disolvió Los Rodríguez cinco minutos antes de que alcanzaran el éxito masivo que sin duda merecían (y que finalmente conquistaron a título póstumo). O a principios del nuevo milenio, cuando se lanzó sin red a un ritmo de composición endiablada y maravillosamente febril. Curiosamente aquellas grabaciones fueron vilipendiadas por algunos de los que hoy no dudan en ensalzarlas. Con el nuevo milenio llegó un nuevo golpe de timón y el argentino entregó dos trabajos en los que se alejaba del rock ortodoxo. Fueron “El cantante” y “Tinta roja” dos discos de búsqueda, sí, pero también de hallazgo. Lamentablemente por aquellos años Andrés se mostraba huidizo y no hacía giras, tan sólo un puñado de presentaciones de “Tinta roja”.
Ahora presenta “Romaphonic sessions” (el tercer volumen de sus Grabaciones encontradas), un álbum que fue grabado sin quererlo: en mayo de 2015 Calamaro se reunió con el pianista Germán Wiedemer en los estudios Romaphonic de Buenos Aires. Su propósito era ensayar unas canciones para la apertura del concierto de Bob Dylan en San Sebastián (a quien ya había teloneado en la época de “Honestidad brutal”). Semanas más tarde mostró aquella grabación a su amigo Fernando Trueba, con quien planea grabar en el futuro. Fue su amigo cineasta quien le hizo ver que ahí había un disco, y tal cual se editó. Por espíritu y repertorio, “Romaphonic sessions” entronca con “El cantante” y “Tinta roja”. Clásicos del tango interpretados a la vieja usanza (en esta ocasión, sólo piano y voz). Afortunadamente, esta vez sí hay gira. El pasado viernes recaló en el Baluarte de Pamplona.
La formación que Calamaro ha escogido para el directo es algo más amplia: al piano de Germán Wiedemer le acompañaron las percusiones de Martín Bhrum y el contrabajo de Antonio Miguel. El sonido fue sobrio y preciso, se mantuvo fiel al del disco. Abrieron con tres temas de “El cantante”: ‘Libertad’, ‘Estadio azteca’ (que arrancó la primera gran ovación de la noche) y ‘Algo contigo’. Después, una de las favoritas del público (no tanto de su autor): ‘Crímenes perfectos’.
Esa fue la tónica de la velada: una sabia mezcla entre el repertorio ajeno y el propio, elegida con tino y en las proporciones adecuadas. Hubo también varios alegatos a favor de la tauromaquia (dijo que Pamplona era la última barricada en defensa de los toros, en alusión al grupo más representativo de la ciudad y a los encierros sanfermineros). Y rescates sorprendentes, como la enorme ‘Cuando te conocí’, que en el nuevo formato acústico sonó tan bien como en la tóxica electricidad de “Honestidad brutal”, ‘Tuyo siempre’ y ‘OK, perdón’, del pantagruélico “El salmón”, o ‘Soy tuyo’ y ‘Carnaval de Brasil’, de “La lengua popular”.
Hubo también hueco para algunos de de sus grandes éxitos (‘Para no olvidar’, ‘Mi enfermedad’ o ‘Paloma’). Por haber hubo hasta un espontáneo que saltó al escenario con un txistu para interpretar junto al cuarteto el solo de ‘Flaca’, lo que le hizo ganarse una gran ovación. Aunque las más estruendosas estaban reservadas para el artista argentino, que se mostró emocionado y agradecido con su público. Y es que da igual que se presente en un pabellón con su gran banda de rock o en un auditorio con tres músicos sutiles. Calamaro es siempre Calamaro.
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