Entrevista / Rafa Berrio (“Diarios”)

Rafa Berrio-1

 

Por Javier Escorzo. Publicada originalmente en Mundopop.
Foto: A. García

 

Escuchando “Diarios”, el nuevo disco de Rafa Berrio, uno tiene la sensación de estar violando la intimidad del autor, como si le hubiésemos robado su agenda. Tras los brillantes resultados des su anterior trabajo (“1971”), Rafa Berrio ha vuelto a contar con Joserra Senperena para dar forma a un álbum excelso en el que la elegancia del piano y las cuerdas arropan las siempre brillantes composiciones del donostiarra. Su personal visión de la vida queda patente en unas letras que llevan tatuadas la ironía y el fatalismo en cada uno de sus versos. Existencialismo, sí, pero con mucho humor.

 

P.- Lo primero que llama la atención en tu nuevo disco “Diarios” es el diseño, muy similar al de tu trabajo anterior, “1971”. ¿Sientes este disco como una continuación del anterior?

R.- Sí, es un disco continuista, eso es innegable, y esta es como la segunda parte. Cuando hicimos “1971” Joserra Senperena y yo (porque fue un disco hecho por los dos, composiciones mías y arreglos de Joserra), me quedé muy satisfecho porque la experiencia fue muy buena; nos entendimos muy bien y me apetecía componer más canciones para pasárselas a Joserra, y en poco más de un año logré construir un nuevo repertorio y el proceso fue igual en un disco que en otro: las canciones tienen una estructura definida y hecha con la letra y la música mía, y yo se las pasaba a Joserra y él las iba arreglando. También hemos grabado los dos discos en el mismo estudio, el de José María Rosillo en Madrid, así que claro que sí, se podría decir que los dos discos forman un díptico. Alguien me dijo que igual en el futuro se podrían vender juntos

 

P.- En el disco anterior fue Txomin Imaz, en este caso el diseño ha sido obra de Estudio Lanzagorta. ¿La idea de repetir el mismo diseño ha sido tuya, o se les ha ocurrido a ellos tras escucharlo?

R.- Ha sido idea mía, tanto en la anterior portada como en esta. Yo soy un coleccionista de agendas, me gustan mucho esas agendas antiguas que suelen ser cuadernos de contabilidad, las compro en los brocantes y en los Traperos de Emaus, tengo en casa unas cuantas y suelo escribir en ellas. Y efectivamente, el anterior disco es una agenda que yo tengo, y éste también. Lógicamente están manipuladas por los diseñadores para que estén en el formato disco, pero son agendas verdaderas.

 

P.- Lo cierto es que el diseño no es la única similitud, porque ya has comentado que musicalmente mantienen el concepto común de los arreglos orquestales que ha dirigido Joserra Senperena. De hecho en este disco has ido un paso más lejos, porque ya no hay ni guitarra, ni bajo ni batería y todo se basa en las cuerdas y el piano de Joserra.

R.- Sí, efectivamente. El anterior aún tenía mi guitarra española, o incluso contamos con el bajo de Jacob Reguilón, pero en éste, como ya tras “1971” Joserra y yo ya nos habíamos cogido el punto y nos conocíamos mejor, decidí que todo el disco se basara en el piano de Joserra, es el que lleva todo el peso básico. También hay bajo, pero como queríamos abaratar la producción no contamos con Jacob. Y sí, también hay más cuerdas, quizás por esa confianza después de dos discos juntos Joserra se haya lanzado más, aunque tampoco creo que tengan más protagonismo en uno que en otro. Quizás la mayor diferencia es que no hay guitarra española.

 

P.- Es un formato que le va muy bien a las canciones, porque realzan las letras, se quedan en primer plano, y creo que son muy importantes para ti, ¿no?

R.- Sí. Aunque en realidad le doy tanta importancia a la letra como a la música. Me paso horas y horas en el local de ensayo, con la guitarra, tratando de encontrar el tono adecuado a las letras, es algo que me cuesta mucho trabajo, tanto o más que hacer la propia letra. A veces parece que no conviene escribir bien porque la gente sólo se fija en las letras, pero no basta con una letra buena para hacer una gran canción. Hay que conseguir que la música y la letra interactúen y trabajen una en beneficio de la otra. Encontrar el tono adecuado, el estribillo adecuado. La parte que sorprenda y la parte que emocione.

 

P.- Incidiendo en las letras, creo que ha evolucionado tu manera de escribirlas. Comparando las de tus últimos discos con las de otros más antiguos, me parece que el tono se ha ido haciendo cada vez más grave, más pesimista. ¿Con el paso del tiempo se va perdiendo, como cantas, la alegría de vivir?

R.- Sí, claro, eso es indudable. “La alegría de vivir” es la canción más autobiográfica que hay en “Diarios”. Aunque está escrita en tercera persona es el “tú” que habla a la conciencia. Es el “tú” que es el “yo”. No es que yo esté desesperado ni que esté a punto de tirarme por la ventana, ni mucho menos, no estoy más desesperado que el común de los mortales. Creo que escribo cosas que muchas personas piensan, para eso uno es cantautor, para escribir las cosas que a todo el mundo le pasan por la cabeza. Y qué duda cabe de que los años te hacen perder la alegría de vivir. O que todas las cosas te acaban pareciendo la misma cosa. Todo se repite y los años nos van cayendo como losas. Se pierde la juventud… Cualquier persona de mi edad pensará en esas cosas. Pero si te fijas bien, y me gustaría remarcarlo, a pesar de que las letras puedan ser nihilistas, todas ellas están atravesadas por el humor, y eso me parece importante decirlo. Todas las letras son humorísticas, esto es una comedia bufa, una opereta. Irónicas si quieres, o a veces con un humor más tierno, pero todas las canciones están hechas con sentido del humor. Desde “Las lindes del fin”, que es un puro humorismo, “Las pequeñas cosas”, que es un poco grotesca, o incluso cuando se habla de la muerte en “María Inmaculada”… Todas tienen gotas de humor. Canto al existencialismo, pero con humor.

 

P.- Estoy de acuerdo, y de hecho me has pisado la siguiente pregunta que tenía preparada…

R.- ¡Vaya! (Risas).

 

P.- Pues sí, era esta: Esa visión un tanto nihilista de la vida está presente en varias canciones, como la ya citada “La alegría de vivir”, “Las pequeñas cosas” o “La desgana”, pero creo que el uso de cierto humor, cierta ironía, las más hacen creíbles.

R.- Exactamente. Y no diría “cierto humor”, sino “bastante humor”. El humor está muy presente. Hay autoparodia, como puede ser “Mi reputación”, que es autoparodia grotesca. Incluso “Santos mártires yonquis”, que es una mirada desapasionada a los estragos que causó la heroína en los primeros años ochenta, pero por el tono de su escritura se aprecia cierto distanciamiento y cierto humorismo en esa imagen de las madres que ya no saben dónde esconden las joyas. Todas están impregnadas de humor, y lo mismo pasaba en “1971” y en otros discos míos.

 

P.- Al margen del humor, creo que tienes dos grandes remedios frente a ese existencialismo: el primero la literatura, como en “Insomne” o “La desgana”. Creo que es una necesidad muy vital para ti, me impresiona la frase “insomne, leyendo en las horas sin nombre, leyendo en el alma de otro hombre”.

R.- Sí, siempre me ha gustado mucho la literatura, forma parte de mi vida. Creo que la literatura es lo más importante que me ha sucedido en esta vida. Y se podría hablar de que una de las pocas cosas que a uno le hacen feliz es la literatura. Además es una felicidad verdadera y duradera, no vana, no ficticia. Es totalmente cierta. Aunque también es verdad que eso puede desembocar en un síndrome de Madame Bovary, que es la insatisfacción de la vida real comparada con la literatura. Leyendo encontramos mundos muy satisfactorios, vivimos otras vidas, mientras que el mundo real a menudo es desagradable, insulso o directamente necio. “Insomne” es un canto claro a mi mesilla de noche y a la de tantos otros lectores, con ese montón de libros junto a la lucecita. La literatura te pone en contacto con el alma de otro hombre, y eso me parece muy importante. En “La desgana” hablo de quemar quinientos libros, pero es una canción un poco grotesca, habla del ostracismo, de la hipocondría, del que está cansado de todo, hasta de la literatura. Por eso digo lo de quemar quinientos libros, como quien quema la biblioteca, y dejar solamente dos como un gesto un poco aristocrático, que remite a uno de los últimos poemas de Gil de Biedma que decía que se quería aislar en una casa sin libros, sin periódicos y sin nada. Igual es un sentimiento un poco snob, pero sí, la literatura es una de las cosas más importantes para mí. En “1971” hay otro ejemplo con “El amor es una casa rara”, que habla de varios poetas. Siempre me gusta meter algo referente a la literatura, a la gran literatura, los clásicos y demás.

 

P.- Y el otro gran remedio o alivio al que recurres es el vino.

R.- (Risas).

 

P.- Sí, fíjate que la frase “De la difícilmente soportable realidad que nos envuelve, el vino nos absuelve” (de “Absolución”) me parecía insuperable, pero ahora con “Saturno” has escrito uno de los mejores homenajes que se le hayan dedicado nunca al vino, desde cualquier punto de vista.

R.- (Risas). Sí, pero fíjate bien que la parte humorística o irónica o… o paradójica, más bien es que es un homenaje al vino, pero como placer vedado. Tanto al principio como al final habla de los galenos que nos prohíben el vino. Al final la salud, para el que ha bebido mucho, para quien ha sido un gran bebedor… Yo tengo un montón de amigos que ya no pueden beber, y yo estoy por ahí también. Y sí, hablo del vino desde todos los puntos de vista. Yo soy muy maniático y cuando tiro de vino empiezo a tirar por todos los lados y me salen unas letras larguísimas. Me gusta mucho hablar del vino, aunque odio la enología, no me gusta nada ese rollo gourmet y yo no quiero cantar a eso en absoluto. Yo le canto al vino corriente, a los placeres de la amistad, pero no a la tontería del vino. Hablar del vino es hablar de la amistad y del amor. Como el poeta persa Omar Khayyam, que escribía de mujeres, vino y amistades.

 

P.- Además de lo que ya hemos mencionado, hay otro tema que planea sobre todo el disco, y es el de la muerte, sea la propia en “En las lindes del fin”, la ajena en “Santos mártires yonquis”, o de manera más tierna en “María Inmaculada”.

R.- Sí, ahora que lo dices, cuando hicimos el proyecto de Lieder (Diego Vasallo, Suso Sáiz, Joserra Senperena, el fotógrafo Thomas Canet y yo), precisamente compuse tres temas: “In memoriam”, que es la muerte, “Absolución”, que es el vino, y “En tu nombre”, que es el amor. Son los tres temas cásicos de todo, de la literatura y del arte en general.

 

P.- Quiero hacerte una pregunta más general. De todas las fases que tiene el oficio de la música (composición, grabación, promoción, directos), ¿cuál es la que menos te disgusta? Porque sé que detestas al menos dos de ellas.

R.- (Risas) ¿Ah, sí? ¿Cuáles? (Risas).

 

P.- Sé que no soportas la promoción y que lo pasas muy mal cuando tienes que dar un concierto, incluso días antes de tocar.

R.- (Risas). Bueno, sí, eso lo digo yo pero lo piensa todo el mundo. Tú hablas con cualquier músico y te dice lo mismo, la promoción es una lata, y esa sobreexposición, como yo estos días, que si televisión, que si tal, que si cual… Es esa sobreexposición la que hace que odies tu propio yo, tu nombre y tu imagen. A mí hay veces que me gustaría ser invisible, como la canción que hacíamos en “Harresilanda”, que decía “trata de ser invisible”, pues es muy deseable. Y este oficio tiene esa exposición en los escenarios y en los periódicos que hace que uno casi se odie a sí mismo. Es necesario hacer promoción porque si no no se entera nadie, pero es un engorro. Y tengo sentimientos contradictorios con los directos. Un concierto te trastorna la vida, sobre todo a los que no estamos haciendo giras constantemente como los grandes artistas, que supongo que estarán más acostumbrados y tendrán su infraestructura. Yo si tengo un concierto el viernes estoy toda la semana pensando que tengo que ensayar, coger el billete, cambiar las cuerdas de la guitarra… Y el propio concierto también te llena de temores y de trastornos. Aunque también está el veneno del aplauso y del escenario, que es muy poderoso y que hace que repitas una y otra vez. Pero si yo tuviera mucho dinero no sé si tocaría en directo, igual tocaba sólo para mis amigos. De todas formas ahora mismo es lo que te da para comprar arroz.

 

P.- Vamos con lo bueno del oficio, entonces.

R.- Sí. Lo más bello del oficio es sin duda escribir las canciones en casa, en la calle, en la cola del banco… en cualquier sitio. Y una vez que uno tiene esa colección más o menos agrupada, encerrarse en el local de ensayo y componer la música, tocar la guitarra, crear ruedas de acordes, grabar y regrabar, rectificar… La escritura y la composición es lo más bello, aunque tampoco diría que es lo mejor del mundo, como dicen otros. A veces voy al local de ensayo y pienso que estaría mucho mejor tomando unos vinos en la calle. Son sentimientos contradictorios. A veces me traiciono y digo que no voy a hacer nada, otras me siento hiperactivo… Es una cosa curiosa. Luego merece la pena, cuando tienes todo el trabajo hecho y ves que a la gente le gusta, tus amigos te felicitan y consigues impresionar a una mujer guapa, por ejemplo, y te dice que le ha encantado… Con eso ya basta.

 

P.- Entonces ahora te toca pasarlo mal porque vas a presentar el disco en directo, y según tengo entendido con una formación muy particular.

R.- Sí, he querido hacer un experimento. Cuando se lo comenté a Joserra Senperena se quedó pálido y me dijo: “O haces una porquería, o haces algo muy grande”. He querido coger un trozo de orquesta pequeñito, los rangos barítonos de viento metal y viento madera: el fagot y la trompa. Son unos instrumentos maravillosos y muy bonitos, muy bellos de ver. El fagot es una especie de flauta alta de madera de ébano y la trompa es una especie de caracol con un color plateado estupendo. Y a eso le hemos añadido un contrabajo. El fagot y la trompa lo tocan los hermanos Ander y Andoni Múgica y el contrabajo Fernando Neira. Y yo voy con la guitarra eléctrica. Hemos conseguido hacer un combo muy extraño, muy curioso. Desde luego el fagot y la trompa nunca se han unido al pop ni al rock, y menos en directo.

 

P.- Para terminar, Rafa: comercialmente eres un autor minoritario, pero cuentas con la admiración pública de muchos artistas y de la crítica. ¿Te consideras un artista maldito?

R.- Sí, en muchas ocasiones me han tildado de ello, y desde hace muchos años, además. Ya en “Amor a traición” me llamaban artista maldito. La gente que sigue mi obra es una minoría muy selecta, muy entendida y muy exquisita, y eso me gusta mucho. Y los primeros que te felicitan y que siguen tu carrera son los compañeros de profesión, quizás porque están más al tanto o quizás porque saben mejor que otros dónde reside la calidad. Pero bueno, yo no puedo ir a una ciudad cualquiera que no sea San Sebastián o Madrid y tocar en un garito de cien personas porque no iría nadie. Precisamente lo que estoy intentando con este disco es conseguir un poco más de público, de tal manera que si voy por ejemplo a Vigo o a Sevilla…

 

P.- O a Pamplona, también por ejemplo.

R.- (Risas) Sí, claro, o a Pamplona. Pero bueno, yo he tocado en Pamplona varias veces y no han venido ni quince personas. Es una plaza muy difícil, no sé dónde coño se toca en Pamplona, la verdad.

 

P.- La última vez viniste con Nacho Vegas.

R.- ¡Es verdad! Pero no era el sitio idóneo, era una discoteca como muy after hour. Recuerdo que fue un concierto muy ruidoso, la gente muy poco atenta… Cuando salió Nacho la cosa cambió, pero era como muy discoteca. Me gustaría volver a Pamplona a una sala de sesenta o setenta personas. Y la crítica también es cierto que me trata muy bien, sobre todo con los dos últimos discos.

 

 

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